Saturday, March 27, 2010

En plan rutinario


No es fácil aceptar que siempre se hace lo mismo. Tampoco lo es reconocer que hacerlo es suficiente, satisfactorio. En una sociedad cada vez más acostumbrada a relacionar el éxito personal con qué tantos suelos distintos se han pisado, o qué tantas fotografías de actividades ultrafantásticas pueden tenerse, o de qué tan lejos proviene tu educación -para establecer si tu desarrollo profesional es serio o no-, y en la que se supone que cada vez más personas tienen acceso a esas posibilidades, aceptarse a sí mismo como una persona a la que no le importa que cierta inveterada rutina (que no involucra más que estar encerrado en una casa y eventualmente salir a la aglomeración poblacional cercana para aprovisionarse) se posicione como su único destino vacacional es francamente complicado.


Claro. Dirían algunos que eso es normal: que lo anormal es, justamente, la actividad nueva y exótica, pues en principio todo el mundo sigue parámetros de rutina en todo lo que hace parte del devenir de su vida. Pero ante esto respondo que la búsqueda de escapes de la rutina demuestra que quien recurre a ella simplemente no soporta su rutina, y en tal sentido no podría afirmar, sin mentir, que la necesidad de huir de las penurias de la vida cotidiana puede suplirse a través de la perpetuación de rutinas.

Siendo franco, diría que amo profundamente la rutina. Ésta otorga verdadera satisfacción personal a través de la construcción de ámbitos de seguridad relativa. Por ejemplo, no se cuestionará si la cama en la que tendrá que dormir el viajero rutinario es o no es cómoda, o si los posaderos son o no personas honestas; no se llegará a la heladería, al bar o al restaurante pensando que te atenderán como pre-ciudadano, que te servirán porquería y que te cobrarán de manera inversamente proporcional; no se comprará -bueno, bajará- un álbum de cierto grupo ya conocido por el rutinario, esperando que sea aburrido, plano, incoherente o carente de gracia.

Ahora, no quiero decir con esto que la gracia de ser rutinario implica una constante de invariabilidad, una realidad mecánicamente planeada. Obviamente no existe tal cosa, y por ello señalé que la seguridad del rutinario es relativa. Puede que la cama haya sido cambiada, que el posadero muriera antes de arribar el viajero, que el bueno y conocido establecimiento comercial cambie de administración, que la banda favorita se pifie en el último EP. Pero ello, sin duda, representa un riesgo mínimo frente al que corre aquél arriesgado, moderno e imaginario personaje que quiere vivir nuevas experiencias con base en la improvisación.

Digo imaginario porque difícilmente podría un aventurero del siglo XXI decir que hace cosas completamente nuevas e inseguras. Si hay casos, ellos son excepciones a la regla. Lo cierto es que, en estos días, todo aquello que se hace está acompañado de un serio estudio de seguridad. Si no lo creen, pregúntense por qué el gobierno y la godarria dominante del país deben hacer campañas publicitarias en las que se anuncia a escandinavos, franceses, americanos (del país que se llama “América”) y demás ciudadanos de primer mundo que están buscando un nuevo y apasionante destino, que el único riesgo que corren en este endemoniado suelo es “querer quedarse”.

En fin. Hoy repito mi rutina favorita: volver a mi hogar, encerrarme en mi casa de infancia, leer, ver películas y disfrutar del bucólico paisaje –además de salir ocasionalmente a buscar provisiones-. En el camino, hacia las 5:40 a.m., el sol naciente enrojecido, opacado por la niebla del altiplano boyacense, me dio la bienvenida. Al final de cuentas mi rutina es vivir mi vida de la manera más independiente posible.

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